miércoles, 17 de septiembre de 2008

Vieja

Vieja. Con el peso inevitable de los años. Llena de recuerdos, de viejos lugares. De sucias paredes que muestran la mugre del tiempo, el paso de los años. Que esconden la majestuosidad de las paredes verdes y blancas, la redondez de las cúpulas turquesa, la belleza de los retablos dorados y luminosos encerrados tras gigantes y vetustas puertas de madera cubiertas por la pátina del tiempo.

Llena. Repleta de blanca piedra que esculpe a grandes heroes que vencieron gigantes, a reyes y musas, a emperadores y amadas. Rebosante de pintura y óleo, de pan de oro, de madera y lienzo que transportan la mente hasta las páginas de ese antiguo y aburrido libro.


Y ese puente. Lo esperabas bello pero es viejo. Viejo y desastrado. Amarillo y familiar, como si ya hubieras estado allí, lleno de recuerdos propios y ajenos. Que te aboca a contemplarlo hasta comprender que su imagen es inborrable. Tan viejo y tan distinto que al final se convierte en bello.

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