miércoles, 23 de septiembre de 2009

Vuelta

Por fin es viernes.

Dejo el coche aparcado junto a esa dichosa línea azul. Salgo y camino cansado bajo los perpetuos andamios oxidados que cubren las paredes de la acera de los impares de la calle Palencia. Con esa polvorienta y ajada tela marrón y verde, como un manto de hojas caídas empujadas por el viento en la vertical de un decrépito edificio de 7 plantas.

Acelero el paso bajo los postes metálicos que apuntalan la estructura, mientras siento el suave cosquilleo del viento frio de septiembre en la nuca. A través de los edificios del otro lado de la calle, se divisa un cielo de un gris mortecino, apenas cálido, más bien templado y melancólico.

Mientras doblo la esquina, siento el calor asfixiante de los ventiladores de la ensordecedora máquina de aire acondicionado de la tienda de la esquina. Vuelven a mi mente las imágenes del último septiembre: casa y sofá, café y abrazos, besos y tardes al calor de una vieja manta compartida.

Me encanta el otoño junto a ella.