martes, 1 de julio de 2008

¡Quiero gritar!

Es lo único que se acerca a expresar la rabia que me provoca esa indefensión, esa impotencia. Ese garrote en el cuello que me contrae los músculos, que me pesa sobre la espalda y me hunde en el suelo. Gritar como un loco, a los cuatro vientos, desgañitarme.

O sólo hablar y decirle a quien debería oirlo lo que debería decir, sin filtros, sin cristales de por medio, sin virus que contaminen el mensaje, de viva voz, a quien me escucha sin rencor ni suspicacias. Ojalá fuera así.

O callarme y obviarlo. Esperar una respuesta, ignorar el problema, que se resuelva sólo. Pasar página, dejar que el tiempo cubra el dolor y la rabia. Buscar una falsa normalidad.

O disculparme. desprenderme del orgullo y la dignidad, tirarlos al suelo, pidiendo perdón por no equivocarme. Y recibir una respuesta a mi humillación: Más humillación todavía. No empecemos.

¡Lo que me faltaba!

Ya lo he vuelto a hacer. Lo siento.

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