Columnas de Mármol, fuertes, duraderas. Sólo algunas pequeñas grietas son perceptibles si uno se acerca mucho y contempla las huellas del paso de los años, de los siglos. Te reciben mientras entras en sus templos, mientras contemplas la belleza siempre joven de los cuerpos fríos, estáticos y blancos que te hablan sin moverse. Las cruzas para admirar el cielo coloreado de rojo y amarillo, de fuego y oro y plata y sentimiento. Te escoltan mientras avanzas por los grandes corredores del mundo dibujado en paredes de escayola. Protegen los blancos jirones de tela que algún genio transformó en colorido lienzo.

Obeliscos y arcos de piedra, viejos testigos de victorias. Observadores de la belleza de sus anchas plazas, de sus columnas, de sus escalinatas, de sus fuentes. De la borágine del día a día de los propios y ajenos, aquellos que perdieron la perspectiva de lo que les rodea de tanto verlo cada día.
La fuente al atardecer. Azul, amarilla, verde. Tan impresionante y cercana al mismo tiempo. Sentado junto a ella vuelve el sosiego, la tranquilidad. Recuperas el aliento mientras escuchas el fluir del agua y de las voces que la rodean. Ordenas lo visto y lo sentido mientras admiras a neptuno domando las aguas. Lanzas tu moneda deseando poder volver a contemplar esas aguas con la misma ilusión, con la misma compañía dentro de muchos años.
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