
Y pensar. Con la tranquilidad que inyecta el sordo fluir del agua cayendo sobre el hormigón armado, que silencia a los ejecutivos con sus almuerzos y sus vacuas conversaciones.
Y dormir. Al arrullo de las hojas que renuevan el aire que ensucié, que ensuciamos todos; que se mecen y me mecen, que me arropan durante un segundo como una manta de plumas.
Y volar. Con los pajaros que se posan sobre los árboles que nacen del asfalto junto al monstruo Picasso y se entrelazan con las oxidadas costillas metálicas de los jardines de AZCA.
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